El 10 de octubre de 2007 sucedió un evento que cambiaría la industria de la música para siempre. Ese día, Radiohead lanzó su séptimo álbum de estudio, titulado, In Rainbows, el cual significaría una revolución en el paradigma de la distribución y comercialización de discos.
A la banda, quien recientemente había roto lazos con su disquera de años, se le ocurrió subir de forma independiente su álbum a Internet, y que la gente pagara por él lo que considerara justo, incluso cero pesos. Aunque no existen cifras oficiales reveladas por la banda, según estimaciones de la firma comScore, en el primer mes que estuvo disponible en internet In Rainbows, el grupo ganó alrededor de tres millones de dólares.
Si pensamos en este hito y su contexto de 2007, la internet no era ni remotamente lo que conocemos actualmente; Napster y otros servicios P2P peleaban con las grandes disqueras por derechos de autor y compartir música sin consentimiento, y Spotify más otras plataformas de streaming no existían ni en la mente de sus creadores y eran prácticamente inviables con la tecnología existente, por ello, la importancia de In Rainbows y Radiohead.
Pasó que otros artistas quisieron emular la hazaña de Thom Yorke y compañía, pero se dieron cuenta que sin un respaldo de discos y éxitos anteriores, era muy complicado de replicar este modelo, que terminó pereciendo a los pocos años.
Para este momento, justo cuando quedaba poco para terminar la primera década del nuevo siglo, las compañías discográficas y sellos en general, establecidos e independientes, se dieron cuenta que el CD estaba en coma; cada vez menos gente compraba álbumes en formatos físicos, es decir, se consumía más que nunca la música, pero había un auge importante con los formatos MP3 gracias al iPod y otros reproductores de audio digital que vivían su época de esplendor.
Con la digitalización de los formatos, también llegó la transformación de los medios y de los sellos discográficos. Estos últimos entendieron que ya no era necesario imprimir o sacar un tiraje de equis número de álbumes o copias, e incluso tener una oficina física para operar o fichar artistas, con la nueva economía digital, aparecieron los netlabels, sobre todo de corte indie quienes se especializaron en distribuir música en formatos digitales (MP3 u OGG) a través de la red y a veces desde casa. De éstos abundan cientos y para todos gustos, los hay de todos géneros y algunos muy renombrados.
Ya con una tecnología mucho más establecida y un ecosistema digital integrado a los smartphones, comenzaron a aparecer las plataformas de streaming de audio, las cuales permiten consumir música de una forma inmediata y fácil.
Quizá el más renombrado de estos servicios sea Spotify, pero en la actualidad hay muchas más ofertas con otras plataformas. Como consumidores, la gente se ha habituado a pagar a través de la tarjeta de débito la mensualidad o membresías de estos servicios premium que ofrecen la posibilidad de acceder a las bibliotecas musicales a través de datos móviles.
La industria en general ha sabido adaptarse a los cambios, y los conciertos no son ajenos a ello. Uno de los ejemplos de cómo ha impactado la economía digital lo podemos ver con las pulseras RFID (identificación por radiofrecuencia, en sus siglas en inglés). Estos dispositivos funcionan a través de ondas electromagnéticas que las alimentan al transformarse en energía, y contienen los datos básicos de identificación de su portador y su cuenta bancaria asociada, con el fin de permitir realizar pagos. En México casi todos los festivales como Nrmal, Bahidorá o Corona Capital, por citar algunos, la emplean.
El gran issue de la música en una era de distribución y economía digital, es que ha democratizado el arte para acercarlo a la gente, hoy en día no necesitas que una discográfica te publique para darte a conocer, puedes echar mano de bandcamp u otra plataforma, tampoco requieres de relacionistas públicos que hablen bien de ti, ya que puedes ponerte en contacto con medios de comunicación independientes, etcétera.
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